Querida Ciela
- Mercedes E. Rojas Páez-Pumar
- 24 ene 2017
- 2 Min. de lectura

Querida Ciela, nos despedimos hace poco y a pesar de que nos preparaste para el momento, decir adiós nunca es fácil. Es solo egoísmo, porque tu alma, de las más puras y nobles que he conocido, ya está en el cielo. Te reencontraste con tus queridos hermanos, con P.P., con Mercedes y Eduardo. Descansaste, te fuiste tranquila, "como un pajarito" y hasta en tus últimas peticiones fuiste desinteresada y te preocupaste por los demás.
Cuidaste siempre los detalles. Tenías una caligrafía impecable y eras una experta con la ortografía. Revisaste meticulosamente tareas, trabajos, dictados y copias. Los sobrinos mayores, no gozamos de las ventajas de los auto-correctores, pero teníamos a Ciela, un lince para detectar errores y horrores. A pesar de que te apasionaban las letras, lo tuyo era la ciencia y aun en una época dominada por el machismo, sacaste una carrera y te graduaste de químico.
Titi y Ciela fueron una dupla inseparable, dieron hasta lo que no tenían y se esforzaron por reunir a una familia numerosa. Todos los domingos ponían la mesa para recibir a su hermano con su esposa, sus sobrinos y sobrinos nietos, un ruidoso bandón al que por mucho tiempo mantuvieron unido. El menú era sencillo, sanduches de jamón y queso, pastina (para los chiquitos y no tan chiquitos), café, refrescos y para el final, "manjar de piña". Ciela no era una cocinera refinada, pero dentro de la sencillez y pulcritud de todos sus procesos, hacía el mejor arroz, el mejor puré de papas, los mejores bistecks y un divino yogurt casero.
Todos los diciembres trabajaban duro para recibir a los Páez-Pumar. Más que una merienda, era una verdadera hazaña, por años reunieron a más de 40 personas para entretenerlas y alimentarlas. Titi recorría el centro de Caracas para asegurarse de que cada persona invitada recibiera un regalo. Montaban el arbolito, decoraban, cocinaban y servían con cuidado la mesa. Siempre usaban el mismo mantel, bordado a mano por su mamá. Una reliquia.
Estoy segura de que años más tarde somos muchos los que añoramos en silencio esos momentos que se hicieron tradición: el escándalo por los papeles y la papelera gigante que construyó P.P para intentar ponerle fin al problema, Titi enfurecida con el desorden de niños y adultos, los palitos de queso, la marquesa de chocolate, la ensalada de piña y Ciela, siempre pacífica y sonriente.
Las tardes "abajo" se pasaron jugando memoria, Mil Millas, la ere y el escondite. A Ciela le encantaba ver jugar a sus sobrinos nietos, sobretodo admiraba aquellos juegos que venían de la imaginación. En su casa siempre eras bienvenido y en su mesa siempre había un puesto de más.
Muy pocas veces te vimos usando pantalones, los vestidos eran lo tuyo, pero fuiste una guerrera, una mujer admirable, una compañera fiel, un alma noble, un amor difícil de olvidar.
Te quiero
Merce, la fantaseadora de tu jardín.
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